martes, 30 de junio de 2009

ASI, COMO ESTE ANOCHECER, ME SIENTO...

Así, como este anochecer, me siento. Las últimas luces se pierden en el cielo, y la sombra avanza sobre la tierra inundándole, igual que un agua espesa y obscura. En la ciudad es difícil sentirse perdido. He visto esta maniobra de la luz a través de la ventana, en mi casa, en un departamento atiborrado de ruidos, el calentador, la televisión, los gritos de los niños. Sólo por un instante me di cuenta del cielo. ¡Qué naturaleza, qué Dios tan distante y tan ajeno! Uno vive solo con sus deseos y ni siquiera es el espectáculo de sí mismo.

No hay lugar para la desesperación, ni para la fatiga, ni para la alegría. Pendiente sólo de la pierna que duele, de la hora de ir al trabajo, de la acidez, del dinero gastado, de la hora de acostarse; se resucita a veces, por un momento, con el juego del hijo, con el relámpago del deseo (que le deja a uno la carne alumbrada hasta caer), y a veces también con las páginas blancas de la libreta en que se escribe y que son frente a uno como un espejo en que no se ve el rostro sino el destino.

Preocupado, afligido de Dios, que tiene la cara blanca y vacía, sin una sola palabra ni un gesto, preocupado de la piedra que es la cabeza de Dios (la piedra sobre la mesa de madera, la piedra sobre el agua, la piedra que tienen en la mano los muertos), uno podría hablar de Dios interminablemente, con ternura y con odio, como de un hijo perdido. Uno podría quedarse callado de Dios sin cesar, como se queda callado de la sangre el corazón trabajador y silencioso.